Biografía Sr. Interior

「流庵殿 」

Nacido en Asturias con la década de los 70, me crie en un entorno rural que no había cambiado mucho en los últimos 100 años, pero que ahora cuesta reconocer.

Mi toma de contacto con el shibari llegó al final de la década de los 90, cuando el SIDA segaba vidas sin compasión y el mundo fetish vivía un momento dulce en las capitales europeas.

Pero en las ciudades de provincias no había atisbo de esos ambientes de libertad sexual y hedonismo. Más bien censura, falta de libertad y miseria moral. Por suerte por aquel entonces viajaba con frecuencia e internet asomó la patita en la factura telefónica.

Quien dice internet dice porno, y poco a poco se fueron colando en mi retina extrañas imágenes de japonesas atadas y torturadas. ¿Qué era aquello? ¿Shibari?

No soy aficionado al juego, pero por aquella época hice una apuesta para motivar a una amiga. Si ella aprobaba las asignaturas que le quedaban pendientes de la carrera yo aprendería a hacer shibari.

Obviamente, perdí, y nunca me hizo tan feliz perder una apuesta.

El primer reto fue ¿cómo aprender? Los vídeos a los que tenía acceso no eran precisamente detallados, básicamente se trataba de porno japones de los periodos entre las eras showa y heisei, y los tutoriales … Bueno, ni entonces existían, ni ahora son una forma apropiada para aprender shibari.

Los primeros pasos vinieron con los libros que se podían adquirir en aquella época, los Two Knotty Boys marcaron el inicio … pero… buf … Era todo nudos de boy scout, nada que ver con lo que me ataría del porno japonés.

Por suerte descubrí a Midori (cuando aún defendía las libertades) y en sus libros si encontré una conexión y un atisbo de luz.

Buscando por las cloacas de lo que en España se empezaba a llamar BDSM vi que había algunas personas, un par, que impartían talleres de shibari. Así que inicié mi formación presencial.

Aquello fue toda una revelación, aun recuerdo las emociones y las sensaciones. Ciertamente, me sentí, por así decir, pleno (también era joven). Al poco tiempo ya empezaba a hacer mis pinitos con el shibari.

Ahora, 20 años después, soy plenamente consciente de la baja calidad de todo aquel proceso: Aprender de personas que aprendieron de otros que aprendieron a su vez de alguien que había estado un breve periodo de tiempo en contacto con alguna persona relacionada con el shibari en japón no es precisamente el camino de la excelencia.

Pero para mí era lo mejor del mundo mundial. Al menos durante un tiempo, ya que al intentar profundizar el shibari vi que obtenía muchas preguntas sin respuesta. Y empezó a generarse en una sensación de vacío en mi interior.

Creyendo que el problema estaba en la “calidad” de los formadores patrios empecé a participar en talleres “internacionales”, y durante un tiempo esta estrategia sirvió como paliativo.

Mi foco ahora estaba en la técnica. Más rápido, más complicado, más alto, más duro … más … más … más ….

Pero al final la sensación de vacío volvía a mí. Mi vida erótica no es una pista de circo para estar buscando constantemente el “más difícil todavía”

Acompañando este proceso había formado un pequeño grupo de “entusiastas del shibari” en Gijón. Nos reuníamos todas las semanas y como el que acudía a talleres era yo pronto me pidieron que les diese algunas clases y talleres.

Y así empece a dar clases, sobre el 2008 - 2009.

Y fue horrible. Lo primero que pude constatar era lo poco que sabía y lo realmente poco que entendía sobre el shibari. Intentar enseñar a otra persona deja al descubierto todas tus carencias.

Así que empecé a “estudiar” seriamente lo que el shibari era. Su técnica, pero también ese algo más que trasciende a las cuerdas y los nudos.

Fueron varios años en los que muchas de las preguntas que me formulaba a mi mismo no obtenían respuesta. Daba igual con quién tomase clase o qué libro leyese. Faltaba algo, faltaba la base.

En 2015 tuve la fortuna de conocer a Hajime Kinoko y al igual que había sucedido años atrás con Midori vi que si había una respuesta a las preguntas que me planteaba sobre el shibari.

Esa respuesta llegó dos años después de la mano de Yagami Ren. Su forma de entender, explicar y vivir el shibari me sirvieron para poder buscar mis propias respuestas a mis preguntas y dudas sobre el shibari, borrando aquella desagradable sensación de vacío.

Durante todos los años transcurridos desde mis primeros torpes intentos el fallo estaba en no contar con una buena base. Fundamentos técnicos, habilidades básicas y herramientas de gestión que me permitiesen crecer en el shibari.

Y eso es lo que me aportan la escuela y el estilo de shibari de Yagami Ren.

Poco después viví uno de los momentos más emocionantes de mi vida, cuando una buena mañana Yagami Ren me dice que me va a hacer un examen, y tras tenerme un buen rato sudando mientras intentaba repetir lo que habíamos estado practicando durante una semana me entregó el diploma por el que me autoriza a enseñar en su nombre.

Nunca fui una persona formalista, ni amigo de títulos, pero este detalle me marcó y se grabó en mi corazón y mi memoria.

Desde entonces (2018) mi actividad se centró en la formación dentro del yagami ryu, abriendo mi propio dojo en la zona rural de Gijón. Una escuela junto al río (que eso es lo que significan los kanjis de ni nick como atador).

Durante los años en que la pandemia nos retuvo di el paso a la enseñanza online, de la cual había renegado previamente, y a la que sigo dando vueltas para procurar transmitir con responsabilidad el máximo de conocimientos dentro de las posibilidades del medio.

Y ahora, en 2022 puedo mirar hacia atrás para ver desde el presente todo mi recorrido en el shibari y de esta forma poder ponerme en la situación de quien acude a mí para aprender y poder ofrecerle mis conocimientos y mi experiencia.